jueves, 11 de noviembre de 2010

IGLESIA DE LA COMPANIA

Fachada iglesia La Compania en Quito Pichincha Ecuador En 1605 comenzaron los jesuitas de Quito los trabajos de su iglesia. Hacia 1613 llegó a la ciudad el hermano coadjutor Marcos Guerra, quien fuera arquitecto brillante en el Reino de Nápoles, antes de entrar en la Orden.
El corrigió lo que se había hecho y dio a la obra el trazo definitivo.
A su muerte, acaecida en 1668, la iglesia y edificios contiguos, con sus tres claustros, estaban concluidos en lo fundamental. La fachada comenzaría a labrarse en 1722 y solo se terminaría en 1765, en vísperas de la expulsión de los de Loyola de los dominios del rey de España. La fachada del templo es una de las maravillas del barroco y plateresco americanos. Flanquean la puerta principal seis columnas salomónicas fastuosas, integradas por primera vez al movimiento arquitectónico en el arte americano y las puertas laterales, pilastras de estilo romano corintio.
Todas reposan sobre un estilobato en paneles con decoración renacentista. Sobre el arquitrabe corre un friso de soles y follaje, y sobre el friso, la cornisa que parecería sustentarse sobre hojas de acanto.
La cornisa, que corre ceñida a los resaltos de la fachada, sobre la puerta principal se convier­te en arco, suerte de dosel de un nicho que aloja a la Inmaculada, guardada por ángeles y querubines.
El segundo cuerpo, de fina ornamentación plateresca, está formado por dos bloques, con preciosas columnas, que dejan al centro enorme ventana coronada por la inscripción votiva a Loyola.
El admirable con­junto de columnas y frisos, esculturas y molduras, paneles y panoplias simbólicas, tan rico y a la vez tan exacto, se remata con tímpano semicircular y el signo eucarístico sobre espigón de crestería.
Entrar al templo es quedar deslumbrado ante estupenda síntesis de fasto y armonía, de riqueza barroca y barroco equilibrio, todo en oro. No hay lugar del retablo mayor y de capillas, de la bóveda del crucero y columnas, de tribunas y coro, que no esté recubierto de primorosa decoración.
En el retablo del altar mayor, obra de Legarda, se ha retomado como principal motivo de composición las columnas salomónicas de la fachada y las cornisas que se estiran al centro en arco y se ha hecho culminar el conjunto, abigarrado y deslumbrante, por corona sostenida por ángeles. Los nichos, cuatro, alojan cuatro tallas policromadas, correspondientes a los cuatro fundadores de las grandes órdenes, San Francisco y San Ignacio de Loyola con el inconfundible estilo de Legarda.
A ambos lados del presbiterio y a los lados del crucero contiguos al presbiterio hay admirables tribunas, obras maestras de tallado. Las columnas de la nave central están adornadas, de lado y lado, con una de las más importantes series de la pintura colonial quiteña: la de los profetas, atribuida a Goríbar. A la noble caracterización de cada personaje, al cuidadoso tratamiento de túnica y manto, se une la cromática del paisaje y escenas de fondo, donde hay tanto color quiteño.

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